Rosa tiene un péndulo que maneja todo el día. Se podría decir que es una extensión de su cuerpo, desde que a los 7 años se dio cuenta del poder de dicho objeto como método de adivinación. Entonces utilizaba la llave de una antigua masía catalana, suspendida de un hilo de tallo vegetal.

Rosa utiliza el péndulo para dar respuesta a nuestras preguntas, algunas sobre la vida cotidiana y otras más profundas. A veces se toma la libertad de preguntar por ti, sin que tu le hayas dado ni siquiera permiso, pero sintiendo que quizás no plantees el enigma por una cuestión de miedo. Ella responde a tu cobardía y te contesta sin vacilar, sin mediar pregunta alguna.

Conocí a Rosa en un encuentro muy especial con personas muy especiales. El primer día ya nos sentamos juntas, y entre mil personas, cada día coincidíamos en algún momento u otro. Siempre sin buscarnos, siempre por sorpresa.

Fue en uno de esos tropiezos cuando me advirtió que el edificio donde llevo viviendo 20 años, está afectado por las líneas Hartmann, esas líneas de campo magnético de nuestro planeta que forman una “malla” energética a la cual estamos expuestos, variando el funcionamiento de cuerpos y artefactos, según su intensidad y sus cruces. Así pues, era posible que en los últimos años, distintas mujeres de esa finca se hubiesen visto afectadas por un cáncer de mama.

Ahora sé que cometí un gran acierto cuando confesé que yo era una de las afectadas, aunque el diagnóstico fuera tres años antes y yo ya me considerara sanada. Sin apenas darme tiempo a reaccionar, Rosa ya había preguntado sobre mi salud y me informaba que no había una remisión completa de la enfermedad y que, por tanto, la inflamación,  el ADN del cáncer y su posibilidad seguían ahí, amenazantes.

En ese momento me sentí traicionada, enfadada con ella y con el mundo pero, sobretodo, me hundí en esa terrible tristeza que lenta y constantemente va derramando silenciosas  lágrimas  desde la mejilla hasta el mentón.

La sesión de tarde en el auditorio la dedicamos ese día a quien más lo necesitara. Se trataba de concentrar nuestras energías y nuestro amor sobre aquellos cuerpos que requerían ser reparados, como parecía ser mi caso. Y ocurrió…. ocurrió lo que no estaba previsto cuando decidí apuntarme a una semana de aprendizaje y meditación, sin pretender, ni siquiera imaginar, ir más allá.

Allí estaban Teresa (ahora mi hada Teresa), Mónica, LuisMi, …..rodeando mi cuerpo y ofreciéndome algo tan sagrado como su energía, alma y amor. Ese cuerpo pequeño que me acoge cruzó el puente que separa la salud de la enfermedad, lanzando al aire un grito de dolor, rabia y miedo,  ayudando y precediendo a la expulsión del soplo oscuro del tumor.

Naturalmente, esa tarde empezó regada con vino y Rosa, apareció de nuevo, en un segundo plano, sentada en la mesa contigua, con otra compañera. Me levanté para contarle la reacción de mi cuerpo y la desaparición del bicho. Rosa, entonces, agarró el péndulo y aún rogándole que no preguntase nada, ella lo hizo. Era necesario confirmarlo, se excusó. Y allí estaba yo, otra vez frente a ese artilugio que hacia menos de 24 horas me había recordado mi vulnerabilidad y que ahora ponía a prueba mi fe en lo que acababa de pasar en la sala.

Sí, dijo, sí, estás sanada. Y lo dejó ir con el mismo tono de voz y expresión con que me había dicho que no lo estaba, hasta que mi abrazo le arrancó una sonrisa, hasta que el amor y el agradecimiento lo llenaron todo.

Por la noche el vino dejó paso al cava, burbujas de vida que la dulce María Cecilia, una auténtica desconocida hasta ese mismo instante, había pedido que nos sirvieran para celebrar mi nuevo estado del ser, mi nuevo cuerpo. Una copa de cava que, justamente,  mi hada Teresa había creado en la meditación del día anterior y que aparecía desde el unknown para compartir nuestra felicidad.

Domingo amaneció con la meditación pineal, pronto muy pronto y después llegó la temida hora de las despedidas, ese momento que alargas hasta el infinito cuando estás con quien quieres estar. Y ellos estaban allí: Vicente, Mar, Vanessa y mi queridísima Ana.

La playa fue el entorno escogido para el “hasta luego”. El aroma de mar, la melodía de las olas y el aire salado, nos regalaron momentos de paz y amor que quise plasmar en una foto. La primera en toda una semana…

Y volvió a pasar como con el cava de Teresa, pero esta vez fue mi creación la que la luz del sol se encargó de plasmar sobre el mar: un corazón de agua captado en esa imagen y que una sorprendida Mar nos invitó a observar.

Todo aquello sólo era el principio del “Camino Real”, ese camino que decidí empezar un lunes 8 de enero del 2018 y que ya no tiene retorno. Cada día el unknown me saluda y me recuerda que todas las posibilidades existen, como cuando de repente te dicen que no hace falta que te hagas una radiografía de tórax, que solo traigas la analítica de los marcadores tumorales, porque ¿para que vas a hacer una foto de algo que ya no existe?. Yo lo sabía, ¿pero ellos?.

Salut!

G.

 

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