Tengo una hermana amazona

 

No tienes un amigo hasta que no conoces a alguien capaz de caminar a 107 kilómetros por hora. Si esa persona es además una amazona puedes considerar que eres alguien privilegiado en el mundo. Es como si fueras tocado por la punta de la estrella de la varita mágica de un hada.

Hay personas que están ahí siempre, no importa cómo. A veces como los masones, están durmientes o en sueños, pero despiertan en el instante preciso; en el momento justo para enseñarte que la vida no es una partida de ajedrez en la que “Ahora te toca a ti”, sino el cúmulo de los encuentros y de todas las veces que, sin saberlo, nos rozamos porque, amiga mía, andábamos en las mismas quimeras, en idénticos tembladerales. Sólo que aún no habíamos aprendido a mirarnos desde la madurez y el sofoco; desde la verdad más esencial y el dolor más profundo. Desde la alegría.

Te miro ahora sin dolor ni  tiempo, sin excusas ni pretextos. Te miro de cerca, a pesar de la distancia porque nosotras. Miro tus arrugas que se parecen a las mias. Si, usted, señora mía, y una servidora, somos capaces de caminar a la velocidad exacta a la que la tierra gira alrededor del sol. Nosotras caminamos a 107 kilómetros por hora y eso nos hace estar en la tierra, viajar veloces rumbo al sol sin marearnos.

Querida amiga amazona: usted me emociona hasta las lágrimas, usted me hace reír de puro cándida y usted, amiga, sabe disimular como nadie cuando le duelen hasta los tuétanos de pena y rabia. De puro encabronamiento, señora, usted disimula cuando la muerte me ronda. Y por eso sólo cabe agradecimiento en el hueco de mis costillas y en el agujero que tengo en el alma de saber que usted, no se aún por qué, me considera su hermana.

Se me antoja cuidarla y mimarla, amiga. Me imagino a mí misma, rodeada de pucheros, cocinando, utilizando esa alquimia que convierte en amor los más rudos materiales. Y me duele la distancia, y me duele la arbitrariedad del azar, pero no me duele saber que seguís viajando por la tierra a 107 kilómetros por hora porque la tierra se hizo redonda para poder encontrarnos y las personas que caminan al mismo ritmo, indefectiblemente acaban coincidiendo.

 

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